23 mar 2009

( intermedio) DESCRIPCIÓN DEL RETRATO DE UN QUERUBÍN

¿Cómo descubrir el encanto de tu sonrisa en una foto?, ¿cómo intentar sonreír mirándote, si mis pensamientos sólo se concentran en tu voz?

Éste es un intento de describir, a mi manera, a un ángel cuyo único propósito es ser como es. Un homenaje a la imagen tantas veces esquiva de la persona que ahora ocupa gran parte de mi pensamiento y con quien encontré algo valiosísimo: amistad antes que cualquier cosa.

Es cierto que una fotografía dice más que mil palabras, me consta. En ciertos casos, como éste, puede decir muy poco para quien no observa y sólo mira, para quien no quiere y sólo ve. Quizá me equivoque al encontrar una mirada hacia mí cuando en verdad está dirigida a un lente en un preciso momento, a lo mejor me resisto a pensar que esa mirada ve a quien la observe y no sólo a mí; o tal vez sólo mire a quien osó impregnarla en el sensor de su cámara digital.

Pero bueno, de eso se trata, de hacer saber mi punto de vista con relación a una mirada, a una postura, a una sonrisa ausente en un momento ya lejano, en un momento que se fue y que acompaña con recuerdos los pasadizos internos de ese querubín quien escribe en los míos estas horas felices de mis largos días.

No se trata más bien de describir físicamente lo que se ve, porque cual ciego de ojos soy capaz de sentir en esa fotografía la intensidad de su presencia. Es así que no mencionaré su mirada, ni sus labios; tampoco su cabello. Sólo escribiré acerca de su ímpetu por meterse dentro de mí, cual raíz busca y encuentra espacios en los mismos pasadizos por donde ya anda escribiendo.

Una descripción, que sin serlo trata de encontrar en su composición alguna respuesta que me haga entender por qué se siente tan bien, por qué la luz brilla más o por qué las noches nunca son tan largas como antes, por qué la insomnia suena mejor cuando la acompaña su voz dormitada en mi oído.

Quizá la verdadera imagen que tengo en mi cabeza de los ángeles yace al lado de su figura, en la representación que refleja la pared en que sostiene su espalda. Entre difuso y real, entre claro y oscuro, su lenguaje corporal me habla tan bien como sus palabras cuando describen un “te amo”.

Todo su entorno queda fuera, todo quien no es ella está de lado y sin cupo en ese cuadro, es sólo ella y su alivio, es sólo ella y las ideas congeladas en una fracción de segundo, la mirada, las ondas de su cabello en un movimiento sutil, pero petrificadas por la osadía de quien la retrató, de quien se atrevió a encerrar a ese ángel en una prisión de colores, en una caja sin salida a la que llamamos fotografía.

Es difícil entender su mirada, su asombro, su verdadero significado. Rescatar sus pensamientos sería ahondar en un universo de posibilidades, de las que sólo puede saber ella, donde es quizá imposible entrar sin antes conocer, sin antes querer.

Nadie ha inventado aún la herramienta para asaltar una fotografía, entrar en ese espacio de tiempo y ser parte de ese momento. Sólo ahora nos queda esperar cada vez que vemos una fotografía de un ser querido, tener la fuerza suficiente y la paciencia necesaria para hacer lo imposible y no encerrarla, sino ser parte de ella.

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